Concepto invisible y lealtad al libro
Publicado en "Cuadernos de Altagracia" el 29 de noviembre 2013.
A la modesta invitación en conmemoración del Día
del Escritor.
Homenaje y conversatorio
a la poeta venezolana
María Inés Duin.
Señoras y señores amantes de la poesía, he
aquí una apreciación de cómo es la poesía en mí (consciente de que es difícil y
terrible considerarla en un gesto verbal, me animaría expresar que hago un
acercamiento breve, que es como los días en sagrado diálogo que fulgía en un ayer
y otro ayer y así). Quisiera acentuar cómo me caotiza el libro, que es parte de
una idea antigua evaporándose en una realidad que siempre discurre elementos
sin disipar, que nos rodea tanto lo visible, lo exterior y lo invisible, lo
intrínseco, que es la expresión de Rubén Darío a toda la humanidad en su poema
el “Reino Interior”. En esta inquietud poética confluye y trasciende un hecho
contemplativo, nos interroga y somos
pequeños ante la palabra y en un claro laberinto como lo fue la ciudad de
Barquisimeto para Salvador Garmendia, quien diáfanamente expresa en su obra
Memorias de Altagracia lo siguiente: “la
noche es una sustancia dulce que permite respirar hasta el fondo” suspende
en nosotros, dramatiza nuestra era en esta ciudad que es loable decir me nutro
de sus poetas, escritores y escritoras larenses que adivinan con carácter y
quijotería, momentos y gritos internos
que estoy seguro que poseen en sus cuartos, singularmente expreso mi poesía con
curiosidad remota sin olvidar identificarme con Gastón Bachelard, quien nos
hace una exploración que sigue vigente “la
poesía es la ausencia de la razonabilidad”.
El libro y la poesía siempre me ha arrojado
sentidos y una ilógica de refinada sensualidad que es genuino a su vez; como
cita Eligio Macías Mujica a Alphonse Karr “es
más dulce leer que vivir” sin esperarlo, un invisible esplendor entre
palabra e imaginación sumergiéndose en nuestro pensamiento, dejándome dos
caminos:
1.-
una sorpresa entre formas.
2.-
un escándalo interno entre recuerdos.
Así lo exijo.
Se renueva el pensamiento poético porque soy
parte de una generación que transgrede otra generación –permaneciendo cada
generación lúcida y trascendente- en un
hecho cotidiano e invisible; la novedad y el invento de la idea poética como
audacia y tenacidad libresca, nos damos cuenta de que el libro va sancionando
la historia, la ciencia, la astrología; generando una cultura del abismo que
nos enriquece y se demuestra con el acto poético, en la noche nos levanta un
rumor de Barquisimeto y soltamos escarchas sobre las ventanas, allí encontramos
lo sensorial, la duda, se sumerge el lector en una imposible órbita del sueño.
Mucha gente piensa que el poeta es un intelectual
(el que comprende todo) yo refuto esa manera de ver, pues me he asombrado con
la sabiduría astral de los pueblos; por ejemplo, nuestro caimán de Sanare, patrimonio
poético que es sin duda un pequeño Zen de las neblinas y cultor de la imaginación admirable y altivo
por su pueblo que así lo reconoce; con la artesanía, la ecología, la candidez,
la improvisación, la locura que históricamente es bienvenido en la poesía. Podemos
decir que la inteligencia poética o la espiritualidad intelectual es aquella
que posee delicado dominio emocional y el gobierno de los sentidos para
realizar un ser burlesco, además posee la frescura de una memoria femenina, no
tiene necesidad de lo comprensible, así lo deseamos. Ciertamente no debemos
obviar que la ingenuidad del poeta es su poderoso afán y sin duda el elemento
de mayor peso e importancia, sin etiquetación de increíble, porque la raíz del
intelectual es una etimología equívoca y
según Jorge Luis Borges: “toda labor
intelectual es humorística” va diluyendo una creatividad que nace y se expande
a modo que el andarín de Garmendia, el humor de Richardi permanecen en esa
labor que se convierte en una revelación de la identidad de nuestra historia y
con esa fuerza inquieta cada día necesito entregarle mis momentos, para plasmar
mis afanes. Atraer por medio de los símbolos, los personajes de la ciudad, la
rigidez del ruido y coquetear con él, es a mi parecer un detalle generador de una
conciencia mágica, acercamiento a una remembranza luminosa y desastrosa; un
paisaje, es válido que el ruido sea parte del más inspirador del creador -sin
exégesis-.
Poesía y vida confluyen en mí, restándole importancia a la banalidad; me
vuelve humano –con cierta travesía y malicia de hembra- y llega un abismo
ensordecedor más abajo de las plazas, porque sé, que en la plaza la Mora
existía un lago que se extendía con canoas y árboles donde familias
barquisimetanas y parejas salían los domingos a navegar como una pequeña
Venecia disipada, asimismo las parejas
hacían en la ciudad un aire de mujer y nos deja un legado sereno entre ciudad
apasionada y romance inadvertido, ese acontecer lo podemos visualizar sin
barroquismo alguno en las fotografías de Amábilis Cordero.
Mis
poemarios permanecen inéditos, solamente he publicado algunos versos en revistas,
un texto poético en el diario El Impulso en honor a la poesía larense titulado la inquietud poética en el ocaso larense y
el tiempo y otros textos. También mantengo aun escritos en plena construcción
e investigación –hasta los momentos-. Considerando mi ritmo escritural que está
en insistencia de trasmutar la crónica de la ciudad con fluidez imaginaria y
decidido a que el tiempo y el rigor sereno abrirán su momento para la
publicación sin desesperación alguna.
Por otra parte, quiero manifestarle que en cada
noche tropezada tengo una vivencia ciega que es un idioma particular, es bella
la noche pero por condiciones personales es mi enemiga, (soy síndrome de
Usher). La interna religión mía posee un enloquecido tiempo para la ciudad de
ayer que es intangible pero posible, a través de la herramienta universal del
conocimiento de la poesía que se comporta siempre en dinámica transferible de
ese ayer no puntual, se ejecuta con mosaicos y con el inteligente movimiento
del caleidoscopio. También soy como aquellos que dijo Federico García Lorca “los duendes hay que despertarlos en las
ultimas habitaciones de la sangre”, soy un duende como todos, pertenezco a
una organización literaria que nos unificamos para estar “on the road” de Jack Kerouac en un viaje por el mundo, como
también sentir en la prudencia de Ulises
en su regreso a Itaca diciéndole al estruendoso cíclope que a veces un nombre
es audaz para exterminarlo haciéndose pasar por Nadie o simplemente regresar
como el poeta Antonio Lucena a su sepulcro, que para sacar el ataúd de su pequeña casa, con agilidad lo hicieron por
la ventana…. y sin preguntar el
horizonte con el alma colectiva, inusitadamente tuve la terrible bendición de haber
participado con el colectivo literario “El Cuarto de los Duendes” en el
centenario de Lezama Lima en Holguín Cuba, y clarificar la imaginación y el
legado de la larga aventura de José Cemí en Paradiso; me da una pausa, sueño y
se hace entendible lo imposible, y seguimos, como afirma Lezama que no existe “literatura de agotamiento” ese término
acuñado por Jhon Bart*, sino que nos unimos a un súbito ecoduendismo que
traslada el sentimiento poético como acto social, refulge, creamos en simbiosis
con el otro ser que contempla y así mantiene un respeto natural con la
generación que nos antecede y como lo expresamos en el manifiesto ecoduendista
en que sentimos el deseo de “reivindicar
el mundo poético que nos antecedió y sembrar flores cada día en sus tumbas sin
olvidar sus besos”.
Por mencionar brevemente mis inclinaciones
sobre la poesía, agradezco a ustedes lectores, y a los honorables organizadores
de esta fiesta nacional; Día del Escritor, del que somos parte de un concepto
invisible y una lealtad al libro que nos reúne en la agitada alucinería
pasional o como seres antiguos, aprovecho despedirme.
José Miguel Méndez Crespo
Miembro del colectivo cultural "El cuarto de los duendes"
Miembro del colectivo cultural "El cuarto de los duendes"
*léase
Gustavo Pellón, la visión jubilosa de Lezama Lima, Monte Ávila Editores
Latinoamericana.
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