jueves, 17 de diciembre de 2015




Concepto invisible y lealtad al libro

Publicado en "Cuadernos de Altagracia" el 29 de noviembre 2013.

                                                                                    A  la modesta invitación en conmemoración del Día del Escritor.
Homenaje y conversatorio
a la poeta venezolana
María Inés Duin.

     Señoras y señores amantes de la poesía, he aquí una apreciación de cómo es la poesía en mí (consciente de que es difícil y terrible considerarla en un gesto verbal, me animaría expresar que hago un acercamiento breve, que es como los días en sagrado diálogo que fulgía en un ayer y otro ayer y así). Quisiera acentuar cómo me caotiza el libro, que es parte de una idea antigua evaporándose en una realidad que siempre discurre elementos sin disipar, que nos rodea tanto lo visible, lo exterior y lo invisible, lo intrínseco, que es la expresión de Rubén Darío a toda la humanidad en su poema el “Reino Interior”. En esta inquietud poética confluye y trasciende un hecho contemplativo, nos interroga  y somos pequeños ante la palabra y en un claro laberinto como lo fue la ciudad de Barquisimeto para Salvador Garmendia, quien diáfanamente expresa en su obra Memorias de Altagracia lo siguiente: “la noche es una sustancia dulce que permite respirar hasta el fondo” suspende en nosotros, dramatiza nuestra era en esta ciudad que es loable decir me nutro de sus poetas, escritores y escritoras larenses que adivinan con carácter y quijotería,  momentos y gritos internos que estoy seguro que poseen en sus cuartos, singularmente expreso mi poesía con curiosidad remota sin olvidar identificarme con Gastón Bachelard, quien nos hace una exploración que sigue vigente “la poesía es la ausencia de la razonabilidad”.

   El libro y la poesía siempre me ha arrojado sentidos y una ilógica de refinada sensualidad que es genuino a su vez; como cita Eligio Macías Mujica a Alphonse Karr “es más dulce leer que vivir” sin esperarlo, un invisible esplendor entre palabra e imaginación sumergiéndose en nuestro pensamiento, dejándome dos caminos:

1.- una sorpresa entre formas.
2.- un escándalo interno entre recuerdos.
                                                                 Así lo exijo.

    Se renueva el pensamiento poético porque soy parte de una generación que transgrede otra generación –permaneciendo cada generación lúcida y trascendente-  en un hecho cotidiano e invisible; la novedad y el invento de la idea poética como audacia y tenacidad libresca, nos damos cuenta de que el libro va sancionando la historia, la ciencia, la astrología; generando una cultura del abismo que nos enriquece y se demuestra con el acto poético, en la noche nos levanta un rumor de Barquisimeto y soltamos escarchas sobre las ventanas, allí encontramos lo sensorial, la duda, se sumerge el lector en una imposible órbita del sueño.
    Mucha gente piensa que el poeta es un intelectual (el que comprende todo) yo refuto esa manera de ver, pues me he asombrado con la sabiduría astral de los pueblos; por ejemplo, nuestro caimán de Sanare, patrimonio poético que es sin duda un pequeño Zen de las neblinas  y cultor de la imaginación admirable y altivo por su pueblo que así lo reconoce; con la artesanía, la ecología, la candidez, la improvisación, la locura que históricamente es bienvenido en la poesía. Podemos decir que la inteligencia poética o la espiritualidad intelectual es aquella que posee delicado dominio emocional y el gobierno de los sentidos para realizar un ser burlesco, además posee la frescura de una memoria femenina, no tiene necesidad de lo comprensible, así lo deseamos. Ciertamente no debemos obviar que la ingenuidad del poeta es su poderoso afán y sin duda el elemento de mayor peso e importancia, sin etiquetación de increíble, porque la raíz del intelectual es una etimología equívoca  y según Jorge Luis Borges: “toda labor intelectual es humorística” va diluyendo una creatividad que nace y se expande a modo que el andarín de Garmendia, el humor de Richardi permanecen en esa labor que se convierte en una revelación de la identidad de nuestra historia y con esa fuerza inquieta cada día necesito entregarle mis momentos, para plasmar mis afanes. Atraer por medio de los símbolos, los personajes de la ciudad, la rigidez del ruido y coquetear con él, es a mi parecer un detalle generador de una conciencia mágica, acercamiento a una remembranza luminosa y desastrosa; un paisaje, es válido que el ruido sea parte del más inspirador del creador -sin exégesis-.

    Poesía y vida confluyen en mí, restándole importancia a la banalidad; me vuelve humano –con cierta travesía y malicia de hembra- y llega un abismo ensordecedor más abajo de las plazas, porque sé, que en la plaza la Mora existía un lago que se extendía con canoas y árboles donde familias barquisimetanas y parejas salían los domingos a navegar como una pequeña Venecia disipada,  asimismo las parejas hacían en la ciudad un aire de mujer y nos deja un legado sereno entre ciudad apasionada y romance inadvertido, ese acontecer lo podemos visualizar sin barroquismo alguno en las fotografías de Amábilis Cordero.
   
    Mis poemarios permanecen inéditos, solamente he publicado algunos versos en revistas, un texto poético en el diario El Impulso en honor a la poesía larense titulado la inquietud poética en el ocaso larense y el tiempo y otros textos. También mantengo aun escritos en plena construcción e investigación –hasta los momentos-. Considerando mi ritmo escritural que está en insistencia de trasmutar la crónica de la ciudad con fluidez imaginaria y decidido a que el tiempo y el rigor sereno abrirán su momento para la publicación sin desesperación alguna.

    Por otra parte, quiero manifestarle que en cada noche tropezada tengo una vivencia ciega que es un idioma particular, es bella la noche pero por condiciones personales es mi enemiga, (soy síndrome de Usher). La interna religión mía posee un enloquecido tiempo para la ciudad de ayer que es intangible pero posible, a través de la herramienta universal del conocimiento de la poesía que se comporta siempre en dinámica transferible de ese ayer no puntual, se ejecuta con mosaicos y con el inteligente movimiento del caleidoscopio. También soy como aquellos que dijo Federico García Lorca “los duendes hay que despertarlos en las ultimas habitaciones de la sangre”, soy un duende como todos, pertenezco a una organización literaria que nos unificamos para estar “on the road” de Jack Kerouac en un viaje por el mundo, como también  sentir en la prudencia de Ulises en su regreso a Itaca diciéndole al estruendoso cíclope que a veces un nombre es audaz para exterminarlo haciéndose pasar por Nadie o simplemente regresar como el poeta Antonio Lucena a su sepulcro, que para sacar el ataúd  de su pequeña casa, con agilidad lo hicieron por la ventana….  y sin preguntar el horizonte con el alma colectiva, inusitadamente tuve la terrible bendición de haber participado con el colectivo literario “El Cuarto de los Duendes” en el centenario de Lezama Lima en Holguín Cuba, y clarificar la imaginación y el legado de la larga aventura de José Cemí en Paradiso; me da una pausa, sueño y se hace entendible lo imposible, y seguimos, como afirma Lezama que no existe “literatura de agotamiento” ese término acuñado por Jhon Bart*, sino que nos unimos a un súbito ecoduendismo que traslada el sentimiento poético como acto social, refulge, creamos en simbiosis con el otro ser que contempla y así mantiene un respeto natural con la generación que nos antecede y como lo expresamos en el manifiesto ecoduendista en que sentimos el deseo de “reivindicar el mundo poético que nos antecedió y sembrar flores cada día en sus tumbas sin olvidar sus besos”.     

    Por mencionar brevemente mis inclinaciones sobre la poesía, agradezco a ustedes lectores, y a los honorables organizadores de esta fiesta nacional; Día del Escritor, del que somos parte de un concepto invisible y una lealtad al libro que nos reúne en la agitada alucinería pasional o como seres antiguos, aprovecho despedirme.

José Miguel Méndez Crespo
Miembro del colectivo cultural "El cuarto de los duendes"

*léase Gustavo Pellón, la visión jubilosa de Lezama Lima, Monte Ávila Editores Latinoamericana.



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