viernes, 1 de abril de 2016



De ninfómanas y herrerías

Por José Miguel Méndez Crespo
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«Ninfómanas son aquellas mujeres que por naturaleza les gusta el sexo y freudianamente viven de su regocijo en el humedecido brote de entresuspiernas» -me decía papá cuando soldaba los tubos para la reja de una vecina-. Él mataba tigritos bien de pinga. Después del tigre le iba a pedir una plata prestá.

Al quitarse la mascarilla de soldar, continuó su faena y me volvió a decir, que el cuerpo, lo corpóreo, no posee título de arrendamiento, ni propiedad, ni derecho de aubana, ni ningún tipo de weboná de dueño. Si la mujer tiene un historial muy largo al reconocer o admitir con cuántos hombres se había acostado, no tenía nada de relevante; el hombre igual atentaría contra sí mismo si poseyera ese historial. Es lo mismo, si una mujer se acuesta con cientos de hombres es el espejo de un hombre que se acueste con cientos de mujeres. En fin -proseguía mi padre- la cuestión del sexo lamentablemente ha llegado a ser un cliché de marketing y mercadeo de las personas más ridículas, existen mujeres que se hacen publicidad con otras hablando de sus hombres, y también existen hombres haciéndose publicidad acerca de cuántas mujeres han tenido en una cama pequeñita, pero donde caben los dos.

Mi papá es muy terco, pero yo no dudo de su forma de interpretar esas cosas tan íntimas y polémicas, generalmente según su reflexión concluía que las ninfómanas son en sí, la alegría de los hombres y que Ho Chi Min dirigió un grupo de mujeres prostitutas, cuya misión era colocarles veneno a los soldados de USA pero que éstas a diferencia de las ninfómanas eran patrióticas amantes de Vietnam. Yo no sé, pero a veces la cuestión de la moral se torna tan difícil, pues soy un hombre ortodoxo como mi pobre abuelo que murió de enfisema pulmonar, y con el cigarro en la mano no quería que sus hijas, o sea mis tías, llegaran a altas hora de la noche, como dice el poema de Roque Dalton. Por cierto es bellísimo, da nota el poema.

Yo le conté a papá la historia de María; le decían la leona tragatoboganes, porque en el barrio era famosísima. Todos mis panas la conocían por su furor y entrega maniática para el sexo, lo raro es que los chicos del barrio compartían sus experiencias en largos chismes y travesuras de la tragatoboganes, El Cara é machete, Eliécer y Yilber, hacían comentarios como que la tipa apretaba más que la liga de un bollito, que su sexo olía a paraíso bíblico de los cielos y que, además, sabía afinar el cuatro. Entre sus gustos estaba fumar monte sin ningún complejo frente a su mamá que era una buhonera honesta que la movía, le echaba bola y le gustaba Nelson Ned. María la enrolaba como un cigarro, la tipa leía Neruda y soñaba con disparar una 22. Otros panas boletas, decían que mordía, la coñoemadre, pero con una vaina potente, con una vaina que no juega, con una meta, no así por así, sabía lo que hacía su inteligencia corporal, tenía madera la tipa.

Vivir en un mundo tan prejuicioso hace paradójico tener que hablar de este tema en mi cuento, pero de panita que lo viví, créame que he visto a más de un cristiano sacar cartas sobre el asunto; he visto a mujeres entaguaradas en un bar diciendo que la decisión del sexo es lo más político que existe. He escuchado también que la menstruación, el quince y último del cobro salarial también influye, y que un vibrador de mujeres se compra infiltradamente, escondiéndose del mundo y tiene que ser grueso, bien grueso como un árbol frondoso.

Lo cierto es que María, la leona tragatoboganes tuvo un hermoso bebé, a ese niño le doy clase en la escuela de mi barriada; yo debo ocultar todos los chismes y la propaganda de mis panas del barrio en mi memoria. Que en paz dencansen, pues. El Cara e’ machete fue asesinado mientras asaltaba una farmacia; Eliécer llevó un tiro en la cabeza que se lo metió otro pana y dicen que fue sin culpa, o sea que el gatillo estaba malo, muy sensible, es extravagantemente chimbo ese suceso. A Yilber le metieron ocho tiros y quedó vivo, pero el fondo de la cosa es que todos ellos son los que hablaban más de María, y eran los boletas que portaban la figura en mi barrio. Pero como dice la catira californiana, ser bocón sale demasiado caro.

María siempre se viste muy elegante cuando va a buscar a su hijo; lleva un perfume de Carolina Herrera y me sonríe. De verdad yo nunca pude acercarme a ese monumental cuerpo, sus ojos de almendrada santificación vislumbra en mí ese sentimiento de miedo y a la vez de respeto, el pestañeo de María tiene esa línea curvilínea que ondula al fondo sus cejas como una invocación de chamanes haciendo ritual con el viento; es sifrina de monte como le decía Cara e’ machete, que Dios lo tenga en la gloria.

Le seguía diciendo a mi papá que a su primer esposo lo mataron, le dieron plas, plas, plas, plas y ella saltó el muro del rancho y en la cancha donde estaba una verbena por la Cruz de Mayo se montó en la moto y la encendió sin ningún tipo de boleteo; al fondo se escuchaba Rafael Orozco, “Esa es la que tanto quiero, esa es la que tanto adoro”. La tipa la piró; se guardó la pistola de su esposo y no entrompó, porque sabía que no podía contra cuatro, estaba activa para cualquier movimiento raro, y se escapó como un tigre pisando tierra fértil. Dicen mis vecinos que no lloraba y tampoco iba asustada porque cada paso de María fue táctico; tenía seguridad, es firme María, es una tipa preparada para una victoria campal.

 Ella siempre llega a buscar su hijo en una Cherokee roja con tres motos atrás. María me mira a los ojos firmemente mientras yo tengo a su hijo agarrado de sus manos y me pregunta:
       ¿Cómo se portó mi actor de Hollywood?
       Como un galán, en el cuaderno está una tarea para la próxima semana.
       ¡Ah! Ok, está bien, mi galancito lo hará como es él, todo un campeón –sonríe como una duquesa-.

Yo no sonrío, porque soy feo y además tengo los dientes torcíos; vivo en mi espesa amargura afirmando su presencia que es la de un ángel. Recuerdo que Whitman en su libro Hojas de Hierbas claudica con la belleza de una mujer prostituta, pero María no es prostituta, ella es de otro estilo, de ese estilo al caminar que, dando esos tumbazos de la cadera, la falda terracota suelta hasta los pies impacta sobre mí; su blusa blanquísima dibuja la fiel arquitectura de su contorno, tiene estilo y el estilo también tiene que ver con ese afán para reservar palabras. Es un asalto femenino. El estilo de ella entrompa por sí sola en mi manía de verla, me babeo de pana de panita por María, es como los hierros que tiene mi papá dándole soldadura, ella es la tentación de los siglos sobre mí, yo el bobo de mi barrio, el que nunca cogió culito, el que nunca le recitó el verso que me sabía de memoria porque le tenía miedo a las visitas que ella tenía, motos y tipos preparados para la guerra de perros. Además, yo le digo a mi papá que la cuestión de las ninfómanas no es en sí algo por lo cual desgastarnos. Le afirmé absolutamente convencido que hasta siento envidia por no tener una novia ninfómana o una novia como María, la mujer de altas esferas del tarot. Le digo que termine de soldar los tubos, que la herrería y la ninfomanía es el mismo cuento, pues consiste en que cada uno termine su rendija, termine su puerta, su portón, que cierre las láminas de hierro y que mida bien cada pedazo que corte con la lima, el herrero es su propia historia y las ninfómanas forman la arquitectura de los toboganes para que los niños jueguen disfrutando toda la infancia que hay detrás de sus ojos.




Miembro del colectivo cultural “El Cuarto de los Duendes”


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